viernes, 25 de junio de 2010

Los Pecados Capitales, homenaje de La Torana al Tecolote Ramírez Amaya


Juan Carlos Lemus

Ramírez Amaya es el octavo pecado capital. Además encarna los otros siete, durante sus días de quietud cuando permanece en su natural estado de gracia. Envuelto en carne y tinta, el Tecolote huesoso y el Tecolote creador sueltan látigos visuales al espacio de la hoja dándole vida a volúmenes humanoides y a oblongos animales.

Desde una cárcel, en 1980, creó su serie “Los Siete Pecados Capitales y los Cuatro Jinetes del Apocalipsis”. Los cuatro artistas que integran el grupo La Torana supieron olfatear los humores violentos y lúcidos del diablo.
Es La Torana un grupo que va en continuo crecimiento. Su presencia es cada vez más imponente. Con denuedo y disciplina atraviesa letargos, círculos intelectuales, poltronas naïf y al bien instalado y muchas veces farsante academicismo.
Cada uno de sus integrantes suele dar saltos verdaderamente cabrones dentro y fuera del cuadrilátero de las artes plásticas nacionales. Hoy engendran este homenaje al Tecolote Ramírez Amaya. Para ello invitan a tres pintores con los que graban su propia interpretación de la lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y vanidad. Son siete artistas, uno por pecado.

Plinio Villagrán da su lóbrega versión de la pereza. Es ésta el retorno al útero representado en un bicho inerte y asqueroso. El individuo fuera de Casa es presa de la inactividad humana. Todo útero es prototipo de placer y protección, afuera de él todo es inseguro y espinoso. El cantar de Plinio al ocio no es el ”dolce fare niente” ni el Nirvana, sino un estado de animal inútil. La pereza no es sólo flojedad sino el sótano de la sotana, los excrementos y la yesca que prenden al indolente ser mutilado que vive su eterno reposo. Arriba del bicho, el útero lo sigue bañándolo de hojas, pétalos y gotas; es un útero como una medalla de la Virgen coronada de rosas.

Marlov Barrios encuadra la gula más allá de los excesos de la comida y la bebida. Su grabado es la ingesta del prestigio. Corona de espinas un estómago abierto y nos lo muestra infestado de vehículos. Eso me recuerda que vivimos una época en la que por Latinoamérica son erigidos condominios diseñados para la clase media pobre; particularmente, en Guatemala, son casuchas de dos niveles repartidas en las orillas del mundo, como pequeñas suites invasoras que dan la ilusión de poseer una vida semejante a los barrios bostonianos. Tales asentamientos, cargados de hijos y deudas a veinte años plazo, adoptaron también el falso glamour que da la compra de un Volvo, un Mercedes Benz o un BMW. Es una gula emocional por adquirir más bienes que el vecino. Marlov muestra la ambición del hombre por alcanzar esa plenitud, aunque sea con esos faros de luz llamados carros, vehículos que otorgan un prestigio estúpido, pero, después de todo, qué prestigio no lo es.

En Norman Morales la vida es un ángel mortal; la muerte, un cuerpo mutilado. Ambas fundidas en el ser humano. Su “avaricia” es la vida que toca las teclas de un instrumento muerto, es el interior del cuerpo humano cotizado a precio en hígados, riñones o huesos, o acaso de satisfacción perversa por penetrar en el interior del otro. En la avaricia siempre hay una víctima y un victimario, el primero desuella la piel del muerto como si fuera una cáscara, el cuerpo es un recipiente donde hunde sus manos y lo hace con la indiferencia mecánica que confiere la frialdad del buen avaro.

La ira, grabada por Josué Romero, va en dos sentidos. El primero, una ira reprimida en el gimnasio gracias al pugilato y a los ejercicios. Pero todo levantador de pesas tiene la vida pendiente de cualquier tijeretazo. La sociedad funciona así. También los peleadores, ataviados a la usanza de sus ridículas panzas, son uno y otro ellos mismos, ambos listos para descuartizarse en una lucha iracunda. Tal idiotez, la de pelear contra la sombra y la paradoja de vivir con la ira reprimida pendiente de un hilo, dan paso al segundo sentido, el de la energía muerta representada en un conejo cuyas vísceras enumeradas ya no sirven sino para análisis gráficos. El animal que un día fue veloz, como los humanos, es transitorio y maniquí para la ciencia. En su cuadro, Romero muestra los reinos animal, vegetal y mineral. La totalidad. Las tijeras, las plantas y los órganos son esa conjunción universal donde la ira es el motor de la energía, y viceversa.

Como un río que baja de la colina y se cuela por entre los arbustos y los árboles hasta llegar a las raíces, Erick Menchú graba los alcances de la vanidad. La moda –esa máscara que oculta nuestra sustancia- desciende en cascada a través de los siglos y entre las generaciones cubriendo de ropas el árbol genealógico. El ser humano monta su espectáculo, derrocha su falsedad, se oculta en el “buen vestir”, herencia ésta para los hijos y herencia recibida de los abuelos. Bandera y trapo de esa gran miseria llamada “estilo de vida”, la vanidad es semejante a meterle faldas a una yegua o calzones a un perro, sin embargo, práctica tan absurda sucede aquí y ahora, en esta misma sala, sobre estos mismos cuerpos. Su estudio es una profunda reflexión sobre esa falsedad encontrada en ese teatro que es el ser humano.

Las obras de estos artistas, como las del Tecolote para el mismo tema, están más allá del bien y del mal. Son un testimonio lúcido de grabadores cuyos puntos de vista nos alivian del vómito que provocan los cuadros decorativos y la denuncia moral o inmoral disfrazada de acciones contestatarias.

Finalmente y de igual manera, Mario Santizo nos presenta la lujuria con una explicitud que no requiere argumentos. Sencillamente, con desenfado involucra a la iglesia misma, a Cristo, a sus santos y apóstoles, vírgenes y sacramentos, todos ellos voraz y placenteramente sumergidos en una orgía sexo espiritual altamente grotesca. Alberto Rodríguez graba un mapa político del ser humano donde la envidia está representada en esas eternas nupcias de un civil con un militar. Le concede al poder un sombreado bestial, con cerdas de mula o de lobo que cubre su rostro siamés. Su obra sirve para recordar que ambos existen como existe luz y sombra.

Este homenaje es un recorrido por los pecados capitales que, paradójicamente, no existen como tales. “Pecado” es el nombre de los grilletes diseñados por la Iglesia para someter al ser desde que nace hasta que muere. La gula de autos, la comedia humana, la pereza o la ira celebrada contra otro semejante no son errores morales, sino el lado imbécil de la Luna que hoy revuelven y sacuden con osadía estos artistas.

3 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Juan Carlos:
      Una consulta seria: Tengo el original del Teco, que encabeza éste artículo: La Visita.
      Como el original no está firmado, las copias litográficas sí.
      Vale la pena que le lleve el original al Teco para que lo firme?

      Edgardo Cuevas Quezada. edgardocuevas@gmail.com

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